El cuervo, la víbora y los infiernos:
Trastabillando entró un
cuervo molesto
en mi cuna.
Amarrado a los barrotes,
decidió entonces
disparar picotazos
y descoser heridas
profundas.
Rebusqué consuelo
en mi almohada
y ésta resultó
estar llena de víboras.
Ente la espada
y la daga,
el corte era necesario
y los picotazos
comenzaron a escocer.
Estocada, picotazo,
colmillos de víbora.
Picotazo, Picotazo.
Decido romperle
el cuello al cuervo
Para que corra y picotee
al diablo.
Una víbora se esconde
y consuela en los
infiernos
la triste picotada
rítmica
de lo que queda del
cuerpo.
Mas, desgracia de mí,
la víbora hizo de mi
sangre
veneno.
Y la sangre coagula.
Y el futuro es incierto.
Y decido ponerme
entre la espada y la daga
y me atravieso de una
vez.
Con suerte no sentiré
nada.