Invisibilidad verosímil
Con las manos en la
cabeza
y lágrimas en los ojos
lamentamos la sangre
derramada sobre unos
colores
e ignoramos otras
banderas,
desgarradas, quemadas y
manchadas
por monstruos tan reales
como las vidas que
arrebataron.
Todas verosímiles,
demasiadas invisibles.
En la guerra del dolor,
el silencio quema y hiere
y los oídos sordos son
un siervo más de quienes
tan sólo se arrodillan
ante ellos mismos.
¿De qué servirán
las manos unidas
cuando el corazón
se aleja,
y cuando la cabeza
sólo es consciente
de su propia existencia?
Un número,
un grado de importancia.
Nada.
Nadie.
Muertes
¿Muertes?
Presumimos de lógica,
de honor, de diplomacia,
pero damos a unas muertes
más valor que a otras;
como si la tierra
en la que naciste
y a la que volverás,
diera más valor
a unos huesos
que a otros iguales.
Lloremos a todos.
No lloremos, sin más.
Los extremos se tocan,
pero el centro no existe.
Qué más dará…
Recojamos lo poco que nos
queda,
sigamos jugando a este
juego,
a este sinsentido, a este
vacío.
Me empieza a gustar el
mareo que siento.
Mi bandera, o lo que
quede de ella,
o los colores o lo que
soy
cubrirá aquello que nadie
cubre,
llorará a lo invisible,
y gritará hasta ahogarse
que el silencio no es una
opción.
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