Océano
de corazones esféricos.
Olas rojiblancas
y albiazules
inundan las aceras
con gritos extasiados
y embriagados
de furor.
Olas que caminan,
formando un océano
indivisible sólo movido
por la marea
de la pasión
y los vientos
de las ansias
de victoria.
Se enlatan en los bares
cercanos a su templo
y con poco temple
comparten vítores
con hermanos
de otra madre,
pero con los que
comparten
tinte sanguíneo.
Cuando por fin
suene el comienzo de su
batalla
serán una sola voz
una sola armada con un
solo sueño.
Y reirán y llorarán
y celebrarán
o lamentarán.
Juntos, como el océano
que son.
Y cuando su templo
quede vacío
aún lo llenarán,
distantes,
sus almas coloradas.
Porque tras el pitido
final,
el marcador no existe,
y el único resultado
válido
es aquel que asoma
en las gradas.
Un canto unido,
una hermandad,
un océano sin otra agua
que la sangre que los
recorre
y que los une,
que late en el centro del
campo
y en el pecho de todo
aquel
con corazón esférico.
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