Medias tintas.
El amor verdadero.
Es algo con lo que
soñamos prácticamente desde que somos capaces de desear algo. Soñamos con esa
media naranja, esa pieza mágica que termine nuestro puzle, esa nota que
complete nuestra armonía.
Porque el amor verdadero,
todo lo puede.
Porque por el amor
verdadero, todo se debe.
Y no nos damos cuenta de
que si el amor es lo que hace girar al mundo, quizá sea más importante pensar
que antes ya existía un mundo que mover.
Que buscamos un sueño en
la realidad como quien busca un oasis en el desierto. Nos amarramos a una
esperanza que puede (o no) existir.
Buscamos nuestra otra
mitad cuando ya somos uno entero. Un puzle completo. Una hermosa armonía.
Le tenemos miedo a la
soledad como si esta fuera un monstruo voraz de fauces desgarradoras, cuando
sólo la soledad es capaz de enseñarnos a estar en compañía.
Quien no sabe vivir solo,
vivirá siempre mal acompañado, incluso por él mismo.
Por eso debemos estar
solos, y acompañados, y equivocados.
Y hallar el “amor
verdadero" 4 o 5 veces y perderlo todas, sabiendo que venga quien venga, y se
vaya quien se vaya, el amor verdadero estará no a la vuelta de la esquina, sino
al frente del espejo.
Amemos. Quizás no a
cualquiera. Quizás a nadie. Quizás… solo a uno mismo. Porque somos a quien más
conocemos, a quien más detestamos a ratos, al que sabremos perdonar siempre (o
acabaremos por aprender a hacerlo), y queramos o no, al único que siempre
estará ahí para reírse de cada tropiezo, y sonreír ante cada cicatriz.
Y así, amaremos a nuestro
UNO. Nuestro puzle. Nuestra armonía.
Aprendamos a girar
nuestro propio mundo.
Y ese será el mejor, el
único, el inigualable, el mágico
amor verdadero
con el que tanto habíamos
soñado.
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